Roberto Pucci

Historiador

Mirada desde una perspectiva algo más que secular, la historia de nuestra provincia trazó una parábola de ascenso tan vertiginoso como el derrumbe que le sucedió, que se prolonga hasta nuestros días. En el notable ciclo de crecimiento y modernización extendido, poco más o menos desde 1880 a 1930, la industria azucarera tucumana se modernizó por completo y llegó a ser tecnológicamente la más avanzada de toda la República en ese entonces -en su campo específico, con la excepción de Cuba, de toda Latinoamérica-, y la más importante por los capitales invertidos, según registrara el Censo Nacional de 1914. Unos 40 ingenios dotados con la fuerza del vapor –poco después electrificados- y con trapiches y centrífugas provenientes de Europa y de Estados Unidos, reemplazaron desde 1876 a la producción semiartesanal, merced al ferrocarril que unió a la provincia con los puertos de Rosario y Buenos Aires, y hacia el Norte con Salta, Jujuy y Bolivia, cumpliendo con la ambición de Nicolás Avellaneda de conectar a la región con los países vecinos, dotándola de una salida comercial por el Océano Pacífico.

Salto y autoaniquilación

En aquellos tiempos de fines de siglo los gobernantes tucumanos construyeron además el Ferrocarril Provincial, que unía a la ciudad capital con La Cocha y Monteagudo, con el afán de extenderlo hasta Catamarca, La Rioja y Cuyo, un proyecto en el que la Nación jamás se mostró interesada. Esa red provincial se completaba con un tendido que unía los cargaderos de numerosos ingenios con las estaciones de la línea en Famaillá, Monteros, Concepción y otras ciudades y pueblos del interior tucumano, con máquinas y vagones Decauville de trocha angosta. Ya en la primera década del siglo XX, por iniciativa del presidente Julio A. Roca, se edificaron los Talleres Ferroviarios de Tafi Viejo, la fábrica ferroviaria más grande de Latinoamérica en su momento, que llegó a ocupar unos 5.000 técnicos y obreros especializados en diversos oficios.

Sin embargo, y repitiendo el relato ideologizado de Raúl Scalabrini Ortiz en su historia de los ferrocarriles, aquel salto enorme en la conexión del país y en la construcción de un mercado nacional que unió a las provincias entre sí fue condenado por toda la historiografía que le siguió, proveniente tanto de la academia universitaria como de las narrativas del nacionalismo de derecha y de la izquierda, que presentan a ese trazado de más de 40.000 kms. de vías férreas como si fuese la mayor perversidad, “al servicio del extranjero”. Legitimaron así, por anticipado, la auto-aniquilación ferroviaria cometida por nosotros mismos, que nos condena a contemplar, desde la cuneta de nuestras pésimas y criminales carreteras, el extraordinario avance de los trenes en Europa, Asia y el resto del planeta.

En cuanto a la dimensión cultural, mediante la aprobación de la Ley 1420 de educación pública y laica, desde 1884 en adelante se edificaron más de mil escuelas, alfabetizando a la población del país y de la provincia en el transcurso de un puñado de décadas. En Tucumán, una gran parte de esas escuelas se edificó en los pueblos de ingenio, sostenidas por los industriales. Al mismo tiempo, la generación intelectual del 900, integrada por Juan B. Terán, Ricardo Jaimes Freyre y Ernesto Padilla, entre otros, creaba la Universidad de Tucumán junto con sus escuelas medias de avanzada, como la Sarmiento para maestros y la de Agricultura, destinada a formar técnicos capacitados para la producción agroindustrial. A ellos se debe también la creación del Archivo Histórico de la Provincia y de las dos Bibliotecas Públicas de la ciudad, la Sarmiento y la Alberdi, que desde fines de la centuria constituían activos centros de difusión cultural.

En aquel tránsito de una centuria a la otra la planta urbana de la capital fue modernizada por completo, con el trazado de su casco céntrico rodeado de cuatro avenidas, la edificación de la nueva casa de gobierno, del Teatro Odeón (hoy San Martín) y de la Legislatura, y se diseñó el parque del Centenario o 9 de Julio, contratando a Charles Thays para crear el único pulmón verde importante con que cuenta la ciudad hasta hoy. En 1908, la provincia creó la Estación Experimental Agrícola de Tucumán, primera en su tipo en América Latina y el único centro de investigación agroindustrial del país durante muchos años (INTA fue creada en 1956). La fundación en 1936 del último de los ingenios modernos, el Leales, marcó el fin del momento de expansión, no solo productiva, de la provincia. Creado por miembros de una familia tradicional en sociedad con cañeros e inmigrantes de la zona, fue uno de los frutos de la dinámica sociedad tucumana, que recibió desde fines del siglo nutridos contingentes de inmigrantes italianos, españoles, judíos y árabes que prosperaron rápidamente en el comercio, la agricultura, las ´profesiones liberales y también como industriales azucareros.

La lista sigue, pero no abundaré más aquí. Con los golpes militares de 1930 y 1943 llegó el ciclo que propongo denominar como la era del Gran Desmantelamiento. El asalto contra la democracia y la apropiación del poder por parte del Ejército produjeron el descalabro de todas las instituciones republicanas, iniciándose la abolición del laicismo en la educación pública, mediante una serie continuada de ofensivas que arrancó con el Congreso Eucarístico de 1934, prosiguió luego el peronismo a partir de 1943, el frondizismo en 1958-1960, y concluyó con la reintroducción legalizada de la enseñanza confesional por obra de los peronismos provinciales en la década de 1980, ya en democracia.

En este proceso de desmodernización cultural, el régimen militar de 1943 procedió a la expulsión masiva de los mejores docentes de la universidad (entre ellos, intelectuales venidos del extranjero como Roger Labrousse, Juan Jose Arévalo y Rodolfo Mondolfo, o los porteños Silvio y Risieri Frondizi), y el peronismo reiteró tales depuraciones desde 1945 en adelante, en una persecución que habría de adquirir rasgos cada más siniestros con el golpe militar de 1966, y luego con el caos, la violencia de los grupos armados de izquierda y de derecha y el Terrorismo de Estado instaurado por el gobierno de Perón desde 1974 en adelante, proseguido por la dictadura militar en 1976. Las bibliotecas públicas creadas hace más de cien años sufrieron un creciente abandono hasta terminar clausuradas en la última década, en tanto que el edificio de la Alberdi, usurpado para otros fines, se derrumbó al fin poco tiempo atrás, aplastando y destruyendo su acervo histórico.

Cerrojazo y emigración

El gran desmantelamiento alcanzó proporciones de hecatombe con el cerrojazo militar de la mitad de los ingenios azucareros y la emigración forzada de unos 200.000 tucumanos, lo que desencadenó a su vez la quiebra generalizada de la industria proveedora de máquinas y herramientas para los ingenios y de la variada actividad productiva y comercial que caracterizaba a Tucumán hasta las décadas de 1960 y 1970. En esos años se iniciaba la destrucción de las redes ferroviarias, cuyo paso inicial debe situarse en la desinversión de todo el sistema a partir de su estatización en 1948, proseguida luego por Frondizi y los militares en las décadas siguientes, y consumada al fin en el contexto de la fiesta industricida conducida por el peronismo menemista en la década de 1990 (“ramal que para ramal que cierra”, proclamó ufano su líder del momento). Al abandono de las líneas a Rosario y Buenos Aires se sumó el desmantelamiento del coche motor a La Cocha y a Córdoba, mientras que los Talleres ferroviarios, tras un largo asedio, fueron cerrados al fin en 1980. Dos o tres reaperturas fraudulentas fueron anunciadas por presidentes posteriores. No satisfechos con esto, en los mismos años del asalto militar contra la industria azucarera los interventores de la provincia procedieron a la eliminación de dos sistemas de transporte urbano que proporcionaban un servicio invalorable a la ciudad, como el tranvía y el troleybus, movidos por electricidad.

En este interminable ciclo de destrucción generalizada, la provincia parece condenada al crecimiento continuo de la pobreza, la marginalidad, la frustración y las villas miseria. El área urbana del gran San Miguel de Tucumán se convirtió en un paisaje desolado, sembrado de basurales y calles semi-destruidas, en las que fluyen impetuosamente las aguas cloacales. En lo que va de este milenio, las villas miseria se triplicaron en todo el país, de unas 1.500 en el año 2001 a unas 5.000 en nuestros días. Nuestra ciudad cuenta con más de 200 de esos asentamientos marginales, impulsados por la perversa operación de los políticos gobernantes y de los punteros a su servicio, que convirtieron a una gran parte de la ciudadanía en desempleados cautivos de las dádivas y planes de su política clientelística.